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Dos cuerpos frotan
con regularidad el anochecer;
si a esa ecuación sumas acículas
la séptima noche descubrirán
las propiedades curativas
de lágrimas de un ángel.












Vagar descalzo sobre un puercoespín
es innovador para rehidratar
el abrevadero, 
pero los gemelos de Siam 
estaban equivocados: 
la búsqueda no comienza
en las minas de carbón 
y la alquimia es una práctica en desuso:
los alfileres en una habitación 
sirven apenas para cercar
los lados de la cama. 

Reflexionar empeora las cosas,
así que propongo conserves 
mi colección de rocas
y los caracoles fosilizados:
seamos empáticos con 
las galletas hundidas
al fondo de la taza.

Para resolver cualquier inconformidad
encuéntrame en la zona de comidas
del centro comercial:
sabes que observar comensales solitarios
es de mis trivialidades favoritas.






Completar tus contornos 
con la punta de una lengua 
atravesando la luz parpadeante
de la luminaria en el arrabal
desvanece el éxtasis: 
padecimiento por excelencia
en la memoria .

Errar es un acto humano necesario; 
empeorar 
un gusto personal.














La nostalgia llena de helio 
flota por los aires hasta perder la vista.
Actividades falosóficas profanan el cuerpo.
La melancolía es una falta a la fe: 
cordialidad única
que los gases nobles
respetan.















Exponer un búho a las cenizas
puede ser perjudicial 
para los destellos del diván
que me has traído,
se conserva igual:
nunca responde.
Cuando el sueño me aterra,
el anverso de los ojos 
descuelga cera de las cornisas
El escalpelo se ha mellado
tras grabar nuestros nombres. 




















Un clavo para concreto
lleva un uso intrínseco 
en su textura;
romper aceras
para llegar al infierno 
es labor de manicuristas.

Pero mamá me bautiza nigromante
por beber la vida en cada esquina;
no sabe que deleitarse en lo común 
es placer sofisticado.

La decisión de plantar un lirio en la pared 
hace que florezca
una imagen clausurada.
















Desperté y mi lámpara exhalaba luz:
qué otras cosas bellas
he destruido con anterioridad.













Patricio S. Alejandro (Monterrey, Nuevo León, 1995) es poeta, narrador e investigador. Licenciado en Letras Hispánicas y Maestro en Artes Visuales por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Recibió el primer lugar en poesía y una mención honorífica en cuento en el Certamen de literatura Joven de la UANL (2017, 2018),

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