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Breve memorial sobre un marista rebelde Alberto Orozco “Walo” (*)

Para Pepe Torres

Por Alejandro Rojas

De las últimas reflexiones que escuché de mi maestro, quizá un mes antes de que falleciera, y que la conversamos por teléfono durante la pandemia en el año 2020, fue cuando lanzaba esas preguntas a quemarropa: – ¿Para usted, qué es lo contrario del temor? – Le contesté que mucha gente estaba muriendo durante el Covid, que lo sabía porque tengo amigos médicos y que gente que yo conocí ya no estaba entre nosotros. Le dije que estaba haciendo barras de pan y las cuales vendía a domicilio, y que también estaba escribiendo unos breves textos sobre músicos como Chopin, Schubert, Beethoven, Rachmaninov y otros más. Se los leí. Pero, él insistió: – ¿Qué es lo contrario del temor? –  Solté algunas palabras al azar, hasta que él dijo: “valor”, se necesita valor para seguir, suceda lo que suceda.

Una de las primeras cantinas que más frecuentamos  el maestro Walo y yo fue “La Jaliciense” en el mero centro de Tlalpan en el sur de la Ciudad de México. Por cierto, tiene uno de los baños más feos e incómodos para orinar de todas las cantinas que he conocido. Lugar emblemático donde con/bebieron Renato Leduc, Luis Spota y mi amigo Eusebio Ruvalcaba. En ese lugar, por primera vez me contó con lágrimas en los ojos que su libro ya estaba impreso, un trabajo de años “Los signos de la conciencia” y el cual trataba de escudriñar la verdad más simple del hombre y que para los mismos hermanos maristas les significó entre tantos apelativos, algo así como incomprensible, críptico e innecesario. Brindamos por eso. A lo que él contestaba, que efectivamente era cierto todo lo que pensaran sobre su libro. Eso y más. Después me lo regaló con una bella dedicatoria un 13 de septiembre de 2012 en otra cantina llamada La Mascota.

Mi madre siempre me inculcó desde niño el respeto que uno debe guardar hacia los profesores. Hoy, este acto se rompe fácilmente cada día en las aulas. Tampoco se comprende que la vocación de ser profesor sólo es para unos cuantos elegidos. Cuando entré a estudiar al Centro Universitario México, CUM, el maestro Walo fue mi tutor. Tenía entonces 15 años y comprendí que era un maestro diferente, que rompía cánones, que le gustaba tratar a los alumnos con una rudeza particular, comenzando con su manera de apretar las manos o con sus palabras muy precisas sobre ciertas situaciones. Un maestro provocador que buscaba que la conciencia del individuo despertara. Rebelde, fraternal y arriesgado. Un año después, quizá tuve la confianza de acercarme a él y contarle cosas de mi vida. Quería salirme de mi casa, de mi encuentro con la poesía, de las rupturas y enamoramientos con algunas novias. Me detendré sólo en la poesía: ya estando en la universidad fui a verlo al CUM. Le platiqué que iba a dejar de escribir, que no encontraba ninguna utilidad, que el acto de escribir luchaba con el acto de ser empresario, de ser vendedor de bienes raíces, de ser un hombre exitoso y adinerado. Fiel a su estilo, sólo tuvo sentimientos de comprensión, no consejos como él decía, y me dijo: –No se puede rehuir a lo que se es. Y de ahí aplicó la psicología, la filosofía, la poesía, la biología que devinieron en reflexivos pensamientos. Puedo decir ahora, que no deje de escribir, cuando tenía la firme decisión de hacerlo, por esas palabras de mi maestro. Después llegaron libros publicados, infinidad de artículos y hasta un premio de poesía.

Recuerdo su postura muy clara sobre la presencia del yo. La presencia es amor, decía mi maestro Walo. Siempre acompañó a muchos amigos y alumnos en momentos buenos y malos. De manera personal recordaré su presencia cuando presenté mi primer libro de poesía, en mi examen profesional en la Universidad Iberoamericana, cuando convivió con algunas de mis novias, en el primer concierto de jazz de mi hermano, en la fallecimiento de mi abuela y de mi madre, en las pláticas sobre el Tarot que dio en El Espejo de la Luna, en los bares, en las caminatas, en los viajes, en especial uno a Chiapas…ahí seguirá vivo mi amigo y maestro Walo.

En el clásico ensayo “De la Amistad” de Michel Montaigne publicado en 1580, y donde cabe todavía asombrarse con libros que han logrado traspasar el paso del tiempo, comparte Montaigne este sentimiento ante la ausencia de su amigo Le Boétie: Nada hago y en nada pienso sin echarlo de menos, tal y como sé él me hubiese echado de menos a mí; pues de igual manera que él me superaba de manera infinita en todo saber y virtud, así me sobrepasaba también en los deberes de la amistad. Y efectivamente, a mí siempre me sorprendió la cantidad de personas y escenas que Walo sabía comprender y acompañar.

Así como Gilgasmesh llora la muerte de su amigo Enkidú o Sherlok Holmes platicaba con el Dr. Watson o Adso de Melk escuchaba las palabras de su maestro el monje Guillermo de Backersville, siempre, cualquier mujer u hombre necesitamos de alguien que nos escuche. En la amistad se basan nuestros rituales, herencias, costumbres y emociones. Ahora en el silencio supremo escucho a mi maestro Walo, con mi cerebro que guarda sus sabias palabras y con el corazón que guarda sus amorosos sentimientos.

Aún conservo varios Tarots que estudió el maestro y  que bien servirían para narrar más anécdotas junto al último libro que me regaló: El hombre y la vida de Jean Rostand, confesiones de un biólogo. Para finalizar, puedo compartirles que fue un privilegio conocer a un sabio humanista. Y también ha sido muy importante aprender que no alcanza con ser sabio solamente. No alcanza con ser maestro solamente. No alcanza ser un hombre de éxito solamente. No basta con ser un buen escritor solamente. Hoy el mundo necesita más humanistas y los cuales ya no puedo ni distinguir siquiera en mis escuelas maristas. Recuerdo el valor que se requiere para enfrentar los tiempos inciertos, las tempestades y la adversidad. Amistad para compartir el pan y el vino. Y la presencia con los seres que deseamos, porque efectivamente, “el querer querer” como decía Walo, Ario Nemus o Alberto Orozco Dávila, también es un deber humano. Gracias.  

(*) Estas líneas fueron leídas el día 21 de octubre de 2023 en el Instituto Hidalguense de Pachuca, Hidalgo, en el homenaje luctuoso al profesor marista Alberto Orozco)

Recuerdo su postura muy clara sobre la presencia del yo. La presencia es amor, decía mi maestro Walo. Siempre acompañó a muchos amigos y alumnos en momentos buenos y malos. De manera personal recordaré su presencia cuando presenté mi primer libro de poesía

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