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Iluminación


Vuelves del trabajo con mil pájaros negros
revoloteando sobre tu cabeza,
traes lágrimas de muchos veranos
y el andador donde está tu casa
ha cambiado de luces públicas y policías.

Me acuso de haberte olvidado,
de no soñar con los hoyuelos de tus mejillas,
de no perderme en ese pantalón ceñido a tu cintura
y ni siquiera recordar la adicción
que te hizo vender mis libros de Leonard Cohen.

Antes que te alcance por la acera
puedo recordar cómo inició esa historia.




No soy bueno así, bajo el reino, cínara

(Versión homenaje a un poema de Ernests Dowson)  


	Anoche entre tu cuerpo y el mío,
	despertó tu sombra, tu tibio aliento
	entre el vino y el cortejo de la muerte,
	bajo la desesperación del trabajo
	y del dinero que nada nos perdona.
	Te he sido fiel a mi manera, Cínara.
	
	Hoy mi vida arde en la noche eterna, 
	la misma noche, Cínara, tu nombre,
	espejo del desprecio, piel de mis brasas, 
	por ser virgen y anhelo de mis labios,
	enfermo anduve de un amor antiguo.
	Te he sido fiel a mi manera, Cínara. 

	Olvidé casi todo, mis manos en tus pechos,
	tu boca roja sonriendo al camarero,
	el baile de nuestros cuerpos en el tiempo
	y las rosas que arrojé a las calles solas
	ante la más gris de todas las albas.
	Te he sido fiel a mi manera, Cínara.
	
Pedí coraje al vino y a la música,
pero al final de la fiesta,
cuando la última lámpara se apaga
y la danza de las botellas vacías 
pudo librarme del olor de tu pelo,
cayó tu sombra entre mis manos
	y hambriento fui de los labios del deseo.
	Te he sido fiel a mi manera, Cínara.















Table dance



Juramos volver algún día 
y hundir nuestras manos en la perfección de tus senos. Probar,
esa piel colmada de alientos embravecidos por el alcohol, 
el dinero y tantas manos hambrientas como lobos en cacería.
Bocas que te llaman y gimen por poseer un pedazo de ti.
La dimensión de tus nalgas y tus piernas en el aire.
El sórdido golpe de la música y el hielo seco del escenario.
Esa sonrisa ante el placer gratificado en un baile extremo
que vuelve a nuestra carne frágil, quebrantable
ante una copa que nos ofrece del placer y del engaño. Amor
como un germen que remueve tu sexo. Intuyo que tendrás
por siempre de todos nosotros, la ilusión de la belleza, 
los deseos más sublimes y el acentuado sudor de tu perfume.  
Permanentemente, la noche y la frialdad como un fuego inextinguible.
Y por supuesto, estas miradas llenas de lujuria y de nostalgia.  






En otro lugar


Siempre es ahí donde te busco 
y toco tu carne prohibida con estas manos, 
lobos hambrientos que buscan perderse 
sobre tu cuerpo y en la tersura de tus nalgas.
Beso tu boca y tus presentimientos
que rodean mi sexo con tu saliva ansiosa.
Entonces te atreves, acercas tus brazos, me seduces
y ciega de tiempo me miras ante la llamarada humeante
de las caricias que aniquilan toda catástrofe venidera.

Me hablas tan de cerca, que siento tus cálidas palabras 
respirando mis tentaciones y mis miedos.
Es en otro lugar donde una sincera y luminosa casualidad
hace que tus labios me alejen de la intemperie, 
donde la humedad que hay entre tus piernas anhela
sentirme dentro, en la posición donde viejos dioses  
nos soñaron creando el universo.





Una hipótesis sobre Balthus


¡Ah!, querido Balthus, siempre castigado 
por los ojos de las buenas costumbres. 
Denostado a más no poder
por intuir y pintar el origen
de la tragedia. Tus nínfulas sobreviven
arrogantes, hermosas y etéreas,
suspendidas en la hora inmóvil,
en el canto del angelus
y desafiando el qué dirán.
Sus gestos y sus pechos desnudos
advierten algo más de lo que somos. 
Ellas saben del hambre,
y en esas miradas, la fragilidad
de la especie y su extinción
nos advierten a cada instante
los más oscuros y luminosos deseos
del cuerpo en la tierra.





En la cantina “La ciudad de los espejos”

In memoriam
								                


Al fondo está el enorme mural donde Zeus, Baco
y el hombre común yacen rodeados de sátiros
que parecieran estarte esperando.
Son las siete de la noche. Los clientes comienzan a llegar.
El dueño del lugar manotea en una esquina y ríe.
Tiene aire de español. Brinda con sus amigos.
La comida no es muy buena. No existe la botana.
Presientes que el lugar no tiene futuro, como tampoco 
lo tiene la ansiedad que sientes por abrazar a esa mujer
y sentir sus hermosos senos reuniéndose en tu pecho.
Traes en la cabeza un verso que no te deja:
“La medida de mi tiempo es estar o no estar contigo”
Ella no llegará. No es su zona, ni su sitio, ni tú la persona.
La noche es profunda, has bebido suficiente y la hora apremia.
Dejas en la mesa tu último billete para saldar la cuenta.
Calles inciertas y sin nombre te esperan.






Alejandro Rojas Espinosa, Ciudad de México. Aprendiz de poeta  y panadero. Coordinador de Difusión y Promotor Cultural en la cafetería taberna El Espejo de la Luna. Autor de los libros “La Carne de los Linces” (Ed. La Torre de Lulio 2005) y “Virtud Veneno” Premio Internacional de poesía para México y el Caribe, San Román (CNA y Gobierno de Campeche 2014). Colaborador en el periódico El Financiero y las Revistas Péndulo, Esperanto, Los Bastardos de la Uva, La Nigua, Absenta; Suplemento “La Lettre”, Burdeos, Francia. En los portales Platino News, Kaja Negra, Cancerbero, Revista Luvina y La Revista Inexistente. En las antologías “Post data Post Mortem Cartas a escritores muertos” “Antología de Los 43” “Poemas a un poeta que dejó la poesía”. Se dedica aparte de la creación literaria, a la venta de pan, mezcal y a la búsqueda constante de la felicidad.



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