Heterotopías de la contemplación: El arte de demorarse

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En el desierto
acontece la aurora.
Alguien lo sabe.

Jorge Luis Borges



La verdadera doctrina
no aniquila lo que es.
El verdadero vacío no es distinto
de lo que tiene forma.

Yunmen


Por Lucía Mestanza

I

En el cuento “Utopía de un hombre que está cansado” Jorge Luis Borges parece evidenciar una suerte de paradoja entre el ideal al que el ser humano pretendía llegar y el estado de permanente cansancio en el que desembocó miles de años después. Así, el sueño de progreso se convierte en realidad, en una distopía. Eudoro Acevedo narra haber asistido a un mundo pensado para ser perfecto, pero habiendo conseguido exactamente lo contrario; donde un hábitat de progreso industrial se cristaliza en un espacio de tedio infinito, en una vida afincada en ‘lo igual’; es decir, en un mundo ‘sin lo otro’. Borges (2012), en el epílogo de El libro de arena, –compendio que contiene el relato–,  sentencia que este cuento es la pieza “más honesta y melancólica de la serie” (p. 156). Lo que proyecta el texto se convierte entonces en distopía a causa de la abundancia y la perfección de un orbe que ha abolido al individuo como tal, cuya labor homogénea con el resto de seres humanos anula su posible diversidad, provocando así una especie de cansancio en la que el ser humano vive abrumado por el gesto de lo insulso: “Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien.  –¿Y cómo se llamaba tu padre? –No se llamaba.” (p. 109).  En esa pérdida de la Identidad, el cuento del argentino predice más bien un “mundo ficticio” que “tiene la lectura de una derrota”. (Sánchez,2005, p. 28)

II

En El aroma del tiempo (2016), Byung-Chul Han hace un estudio del acontecer actual, en el cual sostiene que “La intencionalidad de la modernidad es un proyectarse” (p. 52) y que en la búsqueda de ese progreso, en el vertiginoso mundo que es el ahora, el ser humano ha extraviado el sentido. Partiendo de esta idea, es posible fundamentar tres paradojas:

La de la comunicación. El ser humano, saturado de tecnología pero herido de comunicación, harto de información confusa, precisa de quietud, de un espacio que resignifique el sintagma: tomarse el tiempo, silencio donde todo lenguaje resulta insuficiente para dar paso a la auto-reflexión como acto que evidencie su condición suma.

Si se hiciera un mapa con los sonidos de las grandes metrópolis, el resultado sería estridente; a pesar de que en el monte Hiei repique armónicamente un gong, en las calles de Manhattan suena, desenfrenada, la sirena de una ambulancia. La situación no se modificaría mucho si se traslada esta idea hacia los sentidos, gusto, olfato, visión. Si pensamos en los colores y en las formas dispersas en el espacio que desordenadamente habitamos; sus texturas y sus estofes, como en un caleidoscopio mal hecho, entrañarían formas espectrales anómalas, contraproducentes y tóxicas para todo el globo terráqueo. Los gadgets, por otra parte, han traspalado su lugar a aquel que antes le correspondía al  ser humano, para controlarlo.

La idea positiva del trabajo extenuante. Es la inmediatez como respuesta desesperada a la presión del sistema. La productividad pensada como algo lógico que engendra vértigo, el trabajo estresante siempre, versus la estabilidad emocional y reflexiva. El proyecto del ser tecnológico es un proyecto que sigue las mismas normas de lo económico y productivo orientado hacia la eficiencia. Mientras; el proyecto del ser ontológico es un proyecto de ética, de consigna de lealtad hacia sí y hacia el otro; es un proyecto que se aferra a códigos de honor que en el presente son prácticamente inexistentes pues se vive en la constate de la premura que sistematiza estados latentes de violencia dando paso a un mundo de terror, ya no existe la tranquilidad, el tiempo se “aprovecha” al máximo desgastando los recursos para perseguir algo que además, nunca llega. El mundo se ha transformado en un lugar depredador por el accionar del ejercicio del hombre, devastación que oprime y colapsa no solo el exterior sino también el interior, lo emocional, el equilibrio del ser que subsiste aún, en zozobra. Como toda paradoja, los niveles de percepción de la inestabilidad aquí  han disminuido a causa de la mecanización que supone ser una ayuda. Ya no hay convivencia, –junto al otro–, solo se vive, no se convive.

Byung-Chul Han (2012) plantea que “la sociedad del rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad”, pues “se caracteriza por el verbo modal positivo poder (können) sin límites” donde “Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley” para producir en la sociedad del rendimiento seres “depresivos y fracasados” (pp. 16-17). Es entonces, un juego de opuestos que en el mundo ficcional de Borges se asume como la imposibilidad del ser humano para evadirse “de un aquí y de un ahora” (2012, p. 113).

La actitud de lo homogéneo. El modo de actuar del presente es producto de un pensamiento que se debate entre lo aparentemente lógico y la verdadera razón-esencia del ser (ontológico). El ser humano, carente de su propio adjetivo de ‘humano’, es un ente desprovisto de retórica; que vive sin la vitalidad de las metáforas, sin la imperante necesidad de las analogías, sin la funcionalidad de las hipérboles ni la belleza de las alegorías; es decir, un sujeto desprovisto de poética en su ethos, de la poética que cultiva la contemplación: “He construido esta casa, que es igual a todas las otras” asegura el interlocutor de Eudoro Acevedo, y también: “Le agradecí, pero otras telas me inquietaron. No diré que estaban en blanco, pero sí casi en blanco.” (p. 114). El humano como artefacto-error en un mundo de cariz determinista: “el destino está escrito y todo es perfecto”.

III

En otra de tantas representaciones artísticas, Hotel room (1931), de Hopper, incorpora la noción de los antihéroes posmodernos, que paradójicamente y por el sistema, no se detienen a la auto-reflexión y permanecen en el abatimiento, son seres que viven en lo paratextual, evadiendo lo esencial; la metáfora de la soledad en el caos de la gran ciudad, el cansancio que –explicado por Handke en Ensayo sobre el cansancio, en el que describe diversos tipos de agotamiento–, no cesa aunque se duerma toda la noche, ya que el efecto que produce es el del esclavo al que hubieran despojado de “todo lo que tiene que ver con las sensaciones de la vida” (1991, p. 43) porque cada nuevo día llega ya con cansancio atrasado. Ahora bien, ¿dónde está la línea que divide este cansancio de uno que sea saludable? El cansancio errado no da lugar al momento –no corto– para la reflexión contemplativa. Así, Handke ha descrito a éste, como un cansancio de la narratividad, un espacio que, –a decir de su experiencia–, adviene tras un agotamiento reflexivo, que cuenta algo como una epopeya, utópica, pero a pesar de ello posible, que se relaciona directamente con las sensaciones de la vida, que da pie a la empatía y a la comprensión. El cansancio bizarro, que se narra desde sí, que abre al ser humano haciendo de sí un ente accesible, con  apertura emocional, creando “permeabilidad para la epopeya de todos los seres vivos, incluso de estos animales de ahora” (p. 67), que pueden ser capaces de ser tocados pero también  con la “posibilidad de tocar” (p. 50), lo cual es tan infrecuente, –sostiene–, “como lo son los grandes acontecimientos de la vida” que llegan en “situaciones excepcionales, una guerra, una catástrofe natural o algún otro tiempo de extrema necesidad” (p. 51); criterios que para los fines de este artículo estarían describiendo una heterotopía, tema a tratar más adelante.  

No es curioso por lo tanto, que el surcoreano y el austriaco concluyan sus libros con la idea de una posibilidad de equilibrio entre lo activo y lo contemplativo: La propuesta de Handke es la de sentarnos, pero no en una eterna perplejidad donde no hay nadie, “sino a la vera de los paseos y de las avenidas, mirando lo que pasa, tal vez con un jukebox al alcance” (1991, p. 84). La de Byung-Chul Han (El aroma del tiempo), –cuyo subtítulo he robado para formar el título de este artículo: el arte de demorarse– toma un fragmento de Nietzsche que propone, entre las correcciones necesarias a efectuarse sobre el “carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo” (2016, p. 163), pues argumenta que “La mayor felicidad brota del demorarse contemplativo en la belleza, antiguamente llamada theoria” (p. 125), cuyo antónimo etimológico es practĭcus, a inferirse aquí como “el rendimiento”. El acto de demorarse para Byung-Chul Han “requiere una recolección de sentido” (p. 126), pues ese sentido puede ser revelado en el trabajo, únicamente “a partir de la contemplación” (p. 127), y sentencia: “La vita contemplativa sin acción está ciega. La vita activa sin contemplación está vacía.” (p. 160). La pregunta aquí es crucial: ¿Cuánto nos traiciona nuestra sensibilidad? No, no nos traiciona, afirma nuestra Identidad. La vulnerabilidad es, en la posmodernidad, un acto de resistencia y en extinción; es, lo que hay que salvar. Son los signos sensibles los que guardan la coherencia de ir en contra de un mundo sistematizado y agreste.

IV

La dualidad del usufructo hombre-mundo insta una respuesta consciente y participativa que abrace la otredad,  que genere un diálogo saludable entre las partes y que ante todo, evite la usura. Esta posibilidad comprende lo contemplativo desde un lugar nuevo: el de las heterotopías. Un espacio en el sustento de lo etnológico, mas en la resolución de su problema general que es el de las relaciones “entre la naturaleza y la cultura” (Foucault, 2018, p. 389), cuya disposición y accionar garanticen la posibilidad de que el ser humano pueda afincarse en ‘el otro’, des-aprendiendo costumbres y des-aprehendiendo tanto paradigmas como posesiones, porque “la inspiración del cansancio dice menos lo que hay que hacer que lo que hay que dejar.” (Handke, 1991, p. 80)

El cuento de Borges, puede ser pensado así como una utopía, que devela en su subtexto realmente, una distopía; pero que va incluso más allá, al plantear un desafío que propone al lector, ya en la realidad, la posibilidad de un lugar heterotópico: el de existir en la alternativa de la reinvención.

En un concepto evolucionado de la idea foucaultiana de la heterotopía se plantean las ideas de represión y normatividad como entornos de rendimiento, de auto-explotación, con carencia de vínculos y una lista infinita de actividades relacionadas con el trabajo –en el relato borgeano, el individuo, pasada cierta edad: “puede prescindir del amor y de la amistad”– (2012, p. 112). Las heterotopías de la contemplación existirían entonces entre la mirada de los “códigos ordenadores” y el “conocimiento reflexivo”, generando una experiencia equilibrada y menos dudosa “que las teorías que intentan darle una forma explícita”. (Foucault, 2018, p. 14)

La heterotopía, usada aquí más bien desde el punto de vista estético, pero también ético,  resume la idea del lugar adecuado que sobrepasa el lenguaje y que inmiscuye la abstracción en el camino hacia la alteridad; cual jardín persa, un lugar real, armónico, pero sin la rigidez de la norma, con cultivo al voleo, y además, orgánico, que ejerce la resistencia a códigos imperativos dictados por la cultura y que es, evidentemente, transgresor, pero que mantiene la idea foucaultiana de acoger “lo otro” inmersa desde la etimología misma de la palabra, donde la conexión con ‘ese otro’ es, más que inteligente, sensiblemente inteligente. Entidades que “abren la posibilidad de crear nuevos espacios con sus propias lógicas” (Toro-Zambrano, 2017, p. 20), lo que implica la creación de ‘un otro lugar’ –que siguiendo en parte el lineamiento foucaultiano–, es distinto a todo lo existente, sucede después de procesos de crisis, busca un equilibrio y da apertura a ser penetrado por quien abrace una idea equivalente para crear un entorno entre lo irreal y lo real; pero en efecto, posible.

V

En una aproximación sociológica de lo literario, la reinvención heterotópica platea que el arte de demorarse sería entonces ese espacio entre la vida contemplativa y la vida activa –nombradas las dos en el estudio de Byung-Chul Han–, un tiempo que priorice el sentido de lo humano, un ‘llegar a’ a través de un ‘estar en’, desde la esencia de lo interior. Demorarse no implica no llegar, sino arribar desde la Identidad, celebrando la diversidad, abrazando el trabajo desde la perspectiva creativa, sustentable y sostenible de la auto-reflexión, en el reencuentro del sentido contemplativo de la vida per se.

Este artículo empezó con la referencia a un texto literario en el que Borges, desde el refugio del arte, despliega con su derecho a la indignación ante un mundo ‘sin lo otro’, algunas virtudes de la literatura; entre las cuales, con coherencia, no figura la de aleccionar, sino la de evidenciar verdades o verdades posibles. Ello precisa, para concluir, que en ese gesto –“honesto y melancólico” como el propio autor lo ha denominado–, reposa discreto, pero descomunal, un interrogante ineludible que surge en el sentido de lo performático para cuestionarnos: ¿cuántas utopías narradas en los textos de ficción refractan en realidad las narrativas distópicas de nuestra cotidianidad?

REFERENCIAS

Borges, J. (2012). “Utopía de un hombre que está cansado”, en El libro de arena, Random House Mondadori.

Byung-Chul, H. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.

_____________ (2016). El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Herder.

Foucault, M. (2018). Las palabras y las cosas. Siglo XXI.

Handke, P. (1991). Ensayo sobre el cansancio. Alianza Tres.

Sánchez, M. (2005). “Borges y el cansancio de lo mismo”, en Acta Literaria, número 31.

Toro-Zambrano, M. (2017). “El concepto de heterotopía en Michel Foucault”, en Cuestiones de Filosofía, vol. 3, número 21.

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