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Aeródromos en los hospitales de linh

Cómo serán los aeródromos de los hospitales de los que escribe Lihn. Con la paciencia turbulenta del miedo, cargados de locos enamorados convencidos de que el amor existe y vale la pena envenenarse por ello. Deseosos de morir y liberarse de los elásticos anclajes del mundo. Aeródromos donde esa mujer extraña descendió al infierno de sus culpas, antes de revivir para traer consigo el talco de las conciencias ajenas. Ese aeródromo con inciensos de barbitúricos, donde ángeles te cortan la pierna equivocada. Llenos de culos redondos de enfermeros y pasantes. El sahumerio de las pavesas del heno al que las ánimas regresan. Todo se queda en este lugar de donde partimos hacia la larga noche como galgos en busca del agua del Cirineo. A un lugar repleto de licor que nunca sacia y parece no agotarse ni salir de las botellas. Esos aeródromos de los hospitales, blancos, asépticos, acabadas las lágrimas de los tubos de ensayo, con gazas sobre las almas rotas. El aliento de un caballo negro galopa por los pasillos oscuros e interminables. Ese terreno llano y verde desde donde parten las naves del nunca para siempre.

Aullido

Desde siempre: hombre y lobo,

antes que la rueda y la primera chispa

                                        del fuego.

Cuando formó el canto roto de la piedra,

la daga en el cuero y la espiga como lanza.

Dios no existía como existe ahora.

Dios era el humo que desaparece,

la lluvia, el pantano que ahogaba

                                     a las bestias.

Dios no era lenguaje ni verbo.

Dios no era nada. El hombre era lobo.

El aullido -porque ambos aullaban-

hacía crujir tierra y luna por igual.

Hombre y lobo aullaron juntos.

Templaron la luna como al hierro

hasta hacerla redonda y hueca.

Después, la palabra distanció

al lobo del hombre: perro y hombre.

La pintura rupestre fue hecha por lobos

u hombres que aún se sentían lobos.

Mordían las plantas, salivaban la tierra.

Hay rastros de uñas largas en las rocas.

En las cuevas, los primeros artefactos.

La domada crin de la hoguera.

El aullido de los perros nos espanta o atrae, 

según sea nuestra cercanía con el lobo.

Viejos amores

Los amores que reviven son lo peor. Vuelven con el aliento de los muertos sediciosos, los que, en buena hora y mala también, te arrastran al ático de sus rencores. Esos de paso quedito, cabeza alicaída, los que no muerden ni a su sombra ni pisan paja o mosca ajena, son lo peor de lo peor. Te atacarán con todo el amor que guardaron. Las heridas perdurarán lo que tarda su odio en disiparse. Te llamarán, ah, sí que lo harán amigo mío, solo para constatar que no has vuelto a la alegría, a la calma de tus horas. Cuando los amores reviven, nunca regresan igual ni son los mismos. No es un viejo conocido o el hijo pródigo quien regresa. La memoria les pesa como un costal de incertidumbres. Sus párpados son bajos e hinchados, parecen rodar en el halo rojo de las alcantarillas. Su corazón cabalga en contra, como un árbol de fuego australiano. Saben muy bien que la palabra olvido, es inolvidable y la aprovechan. La incrustan como una astilla en la ingle. Nadie sospecharía de un amor que vuelve curtido de perdones. Ese que de buena fe, extiende la mano en la disculpa, el abrazo tuerto, el beso en la mejilla para el crucificado. Los amores que se entierran deben quedarse bocabajo. Golpeados con el filo de la pala. Apelmazados con piedras de río en la vereda. Cuando los mirés acercarse: depuestos de toda dignidad, cruzá al camino de los infiernos de Dante. Cortate lengua y oídos; su voz es más peligrosa que las de mil sirenas. Nos libre dios de los viejos amores y castigue con el peso de su memoria si regresan.

Music hall

Parece que llegó el invierno otra vez,

lo observo desde el atrio del cine

en una polvareda de sales refinadas

sobre las aceras grises de Nueva York.

Enormes panaderos sacuden sus delantales

e hilachas de nubes se desmenuzan

desde los edificios en polvo para honear.

Cae a la entrada de un subterráneo vacío.

Todo el valle está marcado de huellas

por la huida de bisontes en el Music Hall.

Puede que no sea mucho, más hasta ahora,

jamás nunca, me detuve a ver la lengua roja

de los semáforos en los pasos peatonales.

Los pasantes se sacuden la caspa plomiza.

Bufan el humo blanco de los alces.

Una mujer con gabán negro corta la niebla

y se hunde nuevamente,

tragada por un pez

                                  de humo.

Nueva York, bajo este hálito de hielo,

parece ser de los semáforos y los rótulos.

Bajo la espesa nieve,

casi como una enorme hoja de latón,

hay cuerpos de inmigrantes congelados.

Imperceptibles.

Despuntarán sus dedos

como los primeros brotes

en la primavera.

Edgar Lee Masters

Nada como el polvo de Lewistown, Illinois,

para que un abogado deje su oficio y escriba

poesía en una zona del Medio Oeste.

Bajo la tierra que aplasta ahora sus huesos,

supo lidiar con dos esposas y litigios.

Escribió hasta amargarse, lo que es propio

de cualquier poeta que se entregue al oficio

y no deje espacio para otra vida en Spoon River

Recluido en el Hotel Chelsea de Nueva York,

vivo a intentos de préstamos impagables,

murió como muere cualquier poeta

que ha escrito de Norteamérica y sus vicios.

Hasta ahora, a su Antología de Spoon River

le faltaba este poema, un escrito simple

que hablara de la tumba de Edgar Lee Masters

como una advertencia de lo que espera

a quienes se entreguen a escribir

y renunciar a una vida por hacer un libro

que nadie recordará tanto

como los editores y ex esposas,

todos bajo tierra,

en una tumba sin lápida.

Ana Partal

Ana Partal escribía canciones

en un puñado de arena fría y húmeda;

al parecer, la Poza Pucon en el Lago Villarrica,  

puede retenerse en una hoja de conchas

y escribirse en la memoria de los peces.

Ahí conoció a Pablo Neruda,

una tarde igual de fría en la costa.

Cuando lo miraba pasar por la vereda,

lanzaba bodoques de papel

desde la ventana con canciones

Una tarde su madre la miró hablarle

y la llevó del brazo hasta su casa.

 «¿Vos sabés quién ese?

¡Un comunista; un poeta comunista!».

Ana Partal sabía nada del Comunismo;

siguió lanzándole sus canciones por la ventana.

Lo que hace a las gaviotas ser blancas

son los papeles arrugados de Ana Partal

tirados contra el viento de Chile.

Ha pasado mucho tiempo.

Neruda murió.

Ana Partal tiene el pelo cano y una sonrisa.

Ha llegado a Concepción

a leernos unos poemas esta tarde.

No sabe; no se da cuenta,

cómo enseñó a escribir

de nuevo a Pablo Neruda.

Una hoja en blanco

no sería igual sin ella.

El Dalai Lama dijo o podría decir:

No volvás a la herida de esa mujer.

A su amor propio sin espacio para el tuyo.

A su caricia de lava sobre la carne del cordero.

A su cántaro roto bajo el pozo del agua.

El amor, es una ilusión perdida,

un truco de magia.

El río que regresa no es el mismo;

tampoco el río que pasa sobre la piedra,

ni la piedra gastada ni la arena blanca

que sostiene la piedra.

Tampoco un río se queda en el mismo sitio.

El río es un poco

de arena, piedra;

agua

dueña del tiempo.

Ninguno de nosotros es el mismo de ayer,

del minuto anterior, siquiera.

El mismo que despierta al costado de la bala.

La vida se va un tanto cada segundo

y solo lo notamos con los años.

A veces somos piedra,

canteras golpeadas

por el mazo o la roca,

demolidos con maquinaria pesada.

A veces, la arena tosca,

nenúfares blancos.

Nunca el agua.

Randall Roque

Cartago, Costa Rica.

Ha publicado los siguientes libros: Cuando las luciérnagas hablan (Cuentos, 1998), Itinerario de los amantes (Poesía, 2003), Amores domésticos (Fotopoemas, 2009), Estrellas de madera (CD: poemas italiano-español, 2007), Las Lunas del Ramadán y otras alegorías (Libro heterogéneo, 2011), Los alegres somos más (selección poética 2003-2012), Alguien llama a tu puerta (Cuento, 2014), Isla Pop (Poesía ilustrada por Carlos Tapia, 2015), Contracultura (Poesía. Perú, 2017), Desplazados y Adictos (Poesía. España, 2020), El diablo vuelve a casa (Poesía. Nueva York, 2020), Bestiario (Poesía. Perú, 2020), Hago la herida para salvarte (Ed. Arte Poética Press, 2020. Breve selección poética. Traducción a Inglés)

Primer Lugar en la Categoría de Poesía en el concurso ‘Letra Joven de Costa Rica, 1998’, Primer Lugar de Poesía en el Certamen Brunca de la Universidad Nacional (Costa Rica, 2004). Primer Lugar en el Premio Internazionale di Poesia Castello di Duino, 2007, reconocido por la UNESCO, la Presidencia de la República de Italia y otorgado por el Príncipe Carlo Alessandro Della Torre e Tasso en el Castillo de Duino.

Su trabajo poético puede hallarse en antologías, entre las que podemos mencionar: “Il gesto della Memoria, 2005” y “Frontiere, 2007”, ambas de Italia; «Festivali Ndërkombëtar i Poezisë “DITËT E NAIMIT” Edicioni XVII, publicada en Macedonia 2013; “Variaciones de la voz-Una muestra de poesía latinoamericana contemporánea, 2015” publicada en Argentina (Revista Gramma Vol 26, No 54 (2015) – Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad del Salvador, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina), Voces de la Poesía Costarricense (2018).

En el 2017, participó en el Festival Internacional Primavera Poética (Perú). En el 2019, participó en el V Encuentro Internacional de Escritores en el Bío Bío, Chile (Entre Culturas).

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