Jorge Palma
En aquel tiempo, las estrellas
giraban en mi cuarto
entre las 3 y 4 de la madrugada.
Era el cielo
un reloj infantil.
Todas las constelaciones
salían de una grieta
y el aire se movía.
Sentí como nunca
el olor dulce de universo.
Y por un instante,
la eternidad.
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