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El iceberg de Zelda Sayre

Traducción de Itayetzi Zafra Méndez,1985 – 2022 (Homenaje póstumo a su labor como traductora)

(Tomado de la revista Blanco y Negro, publicación de la Facultad de Idiomas de la Universidad Autónoma «Benito Juárez» de Oaxaca, 2021)

Itayetzi Zafra nos presenta la primera traducción que se realiza al idioma español del cuento “The Iceberg”, de Zelda Sayre (1900 –1948). Este es el primer cuento que la escritora mostró al mundo. Sayre lo escribió en 1918, cuando era tan solo una estudiante de bachillerato, en su natal Montgomery, Alabama. Sin embargo, este cuento fue descubierto y publicado recientemente en la revista The New Yorker (2013), ni siquiera sus herederos sabían de su existencia. En este cuento Sayre relata la vida de una joven de una familia aristócrata sureña de la época. A pesar de su antigüedad, puede percibirse la ideología feminista de la autora y los inicios de su estilo narrativo roman a cléf, una combinación de eventos reales autobiográficos y el uso de recursos de ficción, de sus creaciones futuras.

Cuando Cornelia miró por la ventana, suspiró. No porque fuera particularmente infeliz, sino porque había mortificado a sus padres y decepcionado a sus amigos. Sus dos hermanas, más jóvenes que ella, estaban casadas y tenían una vida estable desde hacía mucho. Sin embargo, aquí seguía ella, a sus treinta años, como una manzana pasada o la flor marchita en el ojal de un soltero que no consiguió pareja, como algo olvidado o no considerado listo para la cosecha. Su padre no daba sermones, sólo sugería amablemente que quizá a Neilie le iría mejor si el resto de la familia la dejara en paz. –Cornie no es fea y no está mal, pero no tiene magnetismo. Cualquier chico como yo preferiría tacklear un iceberg –decía su hermano. Con todo, para el gato de la familia ella era lo suficientemente receptiva y el pequeño fox terrier sí que la adoraba, y ni qué decir del pajarito azulejo que iniciaba una pelea amigable cada vez que ella se escabullía a su lugar de descanso en el antiguo jardín sureño. –Cornelia no es agradable. Ella desde muy lejos, con sus pensamientos, escudriña a los hombres, y la vanidad de ninguno soporta eso. ¿De qué sirve tener ropa hermosa y genio musical si se carece de humanidad? ¡No, esto es una desgracia! Cornelia nunca conseguirá marido, Cornelia es mi cruz –solía decir su madre.Claro que, algunas veces, Cornelia se cansaba de la desaprobación y se molestaba.–Madre–solía decir–, ¿es el matrimonio el fin y propósito de una vida? ¿No existe otra cosa en la que una mujer pueda usar sus energías? Mi hermana Nettie está atada a un oficinista y, entre cuidar al bebé y ayudar a llegar a fin de mes, luce mayor que yo. Mi hermana Blanche obtiene tan poco consuelo de un esposo abatido, que se ha abocado a las misiones en busca de adeptos y a rezar para divertirse. Si solo sirvo como una propuesta económica, será mejor que me dedique a los negocios.Así, sin mayor alboroto, tomó en secreto un curso en el Instituto de Comercio, y les enseñó a los dedos que se habían ondeado al compás de Chopin y Chaminade a ser igualmente diestros sobre la máquina de escribir. Sus ojos parecían aumentar de tamaño y brillaban aun más mientras descifraba los garabatos de taquigrafía. –La señorita Holton es una maravilla–dijo el director de la escuela. –Sí, es un fracaso social, pero va que vuela para convertirse en un éxito en los negocios–, coincidió un joven que alguna vez cayó en la trampa de su talante indiferente.Justo entonces sonó el teléfono. –¡Claro que sí! Espere, creo que tengo lo que necesita –respondió el director. Y acercándose lentamente a su escritorio le dijo: –Señorita Holton, la considero una estudiante muy capaz. ¿Le interesaría responder a un llamado de auxilio? El despacho de Gimbel, Brown & Compañía necesita una taquimecanógrafa inmediatamente. ¿Le interesaría el puesto?–¿Que si me interesaría? ¡Pero si es justo lo que necesito! Permítame ir por mi sombrero y voy para allá.–Bien–, dijo el director– me agrada que una chica sepa lo que quiere.¡Si su madre hubiera oído eso! Quizá, después de todo, Cornelia siempre había sabido lo que quería, pero no lo había encontrado. Quizá, después de todo, la fórmula matemática de que un par de pantalones le resolvieran la vida no era precisamente lo que Cornelia ansiaba. Quizá, después de todo, Cornelia estaba buscando su realización personal. En todo caso, se dirigió rápidamente a la Compañía Gimbel & Brown, y no estaba en lo más mínimo intimidada de que se tratara del poderoso millonario Gimbel quien necesitaba sus servicios.–¿Dijo “señorita Holton”? ¿Cornelia Holton, la hija de mi viejo amigo Dan Holton? ¡Bendita sea, tome asiento! ¡Esto es tan inesperado! Nunca lo hubiera imaginado. Cuénteme, ¿cuándo comenzó a trabajar? Cornelia no estaba nerviosa, con su usual manera tan directa de ser dijo:–Sí, yo soy Cornelia Holton, y me estoy forjando un sitio en el ámbito laboral. Si el ruedo está lleno de retos y desafíos, estoy aquí para luchar. ¿En qué puedo ayudarle, señor Gimble? Guiñandole un ojo y con una sonrisita juguetona, él le acercó una pila de papeles blancos como la nieve y comenzó a dictar. Los dedos de Cornelia se movían al compás de las palabras, volaban con ellas de un lado a otro de la hoja, de arriba a abajo, en todas direcciones. Blancos, finos y bien formados, sus dedos embellecían la máquina tal y como lo habían hecho con el piano. Cuando llegó la hora del almuerzo su rostro se había sonrojado, sus pequeños rizos castaños se le pegaban en la frente por el ligero sudor causado por el esfuerzo. ¡Cornelia lucía hermosa en su primer triunfo sobre de la máquina de escribir! Mientras se levantaba para irse, se sonrojó y tartamudeó: –Señor Gimble, le agradeceré que no les diga a mis padres de esto. Ellos no saben de mis aspiraciones laborales y se escandalizarían mucho. Ya sabe, nada vale más que el éxito. Y yo he sido un fracaso durante mucho tiempo –sonrió mientras se marchaba. La vieja costumbre de aquellos desagradables bailes de salón se aferró a ella a pesar de su firme determinación. –¡Bueno, por Dios! –exclamó el señor Gimble–. ¡Por Dios! –repitió–. ¡Quién iba a imaginar que una Holton trabajaría algún día! Pero si la madre de esta chica fue la belleza más grande que esta ciudad haya producido. Bueno, quizá ella no logró casarse. Así que también él se marchó, pensando en su encantadora esposa que había muerto unos años antes y el gran vacío que ahora había en su lugar, y que él había intentado llenar con dinero.Pasaron varios meses, y a los Holton casi les dió un ataque cuando Cornelia les contó de su éxito laboral, y volvieron a tomar la actitud de siempre.–¡Se los dije! ¡Sabía que en el fondo tenía todo para triunfar! –maulló el gato.–¡Condenada! Siempre supe que no meneaba la cola en vano –ladró el perrito. –¡Terminemos ya con nuestra disputa! Si yo puedo construir un nido, tú también podrás construir un hogar; incubar una familia, si lo intentas. ¡Ay, vamos! –dijo el pajarito azulejo de manera escandalosa.Pero eso no fue para nada lo que dijo la sociedad cuando Cornelia Holton y James G. Gimble se dirigieron de manera discreta hacia las oficinas de la Capilla del Divino Advenimiento y se convirtieron en uno solo, incluyendo a los millones y a la famosa residencia, que también era un palacio de arte y sofisticación estética. La señora Holton se desmayó encima de su taza de café cuando abrió el periódico matutino y miró los encabezados, uno al lado del otro, tan grandes como las noticias de guerra. –Siempre supe que Cornelia tenía un as bajo la manga –dijo riéndose entre dientes el señor Holton, mientras tiraba el agua de una botella sobre el camisón más caro de su esposa. –¡Vaya, parece que el iceberg por fin se derritió! –agregó su hermano.La puerta principal se abrió y las desaliñadas hermanas entraron gritando: –¡Mamá, mamá, Cornelia, la solterona, se ha casado con el mejor partido, y nos ganó a todas!

The Iceberg

Cornelia gazed out of the window and sighed, not because she was particularly unhappy, but because she had mortified her parents and disappointed her friends. Her two sisters, younger than she, were married and established for life long ago; yet here she remained at thirty years of age, like a belated apple or a faded bachelor’s button, either forgotten or not deemed worth the picking. Her father did not scold. He kindly suggested that perhaps Neilie would do more for herself if the rest of the family would leave her alone. Her brother said, “Cornie’s a fine girl and good looking enough, but she’s got no magnetism. A fellow might as well try to tackle an iceberg.” For all that, the family cat found her responsive enough, and the little fox-terrier fairly adored her, to say nothing of a blue jay that insisted upon a friendly dispute every time she stole to her retreat in the old-fashioned Southern garden. Her mother said, “Cornelia is not sympathetic. She looks at a man with her thoughts a thousand miles away, and no man’s vanity will stand for that. What good are beautiful clothes and musical genius if humanity is left out? No! No! Cornelia will never marry, Cornelia is my despair.”

Now Cornelia sometimes grew weary of disapproval and resented it. “Mother,” she would say, “is marriage the end and aim of life? Is there nothing else on which a woman might spend her energy? Sister Nettie is tied to a clerical man, and, between caring for the baby and making ends meet, looks older than I. Sister Blanche finds so little comfort in a worked-down husband that she has taken to foreign missions and suffrage for diversion. If I’m an economic proposition, I’ll turn to business.”

So, without more ado, she secretly took a course at business college, and taught the fingers that had rippled over Chopin and Chaminade to be equally dexterous on the typewriter. Her eyes seemed to grow larger and more luminous as she puzzled over the hieroglyphics of stenography.

“That Miss Holton is a wonder,” said the manager of the college. “Yes, she’s a social failure, but she bids fair to be a business success,” agreed a young man who had once fallen into her indifferent keeping.

Just then the phone rang. “At once, you say! Wait a moment, I’ll see.” Proceeding softly to her desk, he said, “Miss Holton, I consider you quite efficient as a pupil. Do you care to answer an emergency call? The firm of Gimbel, Brown and Company wishes a stenographer at once. What do you say to the place?”

“What do I say? Why, it just hits the spot. Let me get my hat and I’m off.”

“Well,” said the manager, “I do like a girl who knows what she wants.”

If her mother could only have heard that! Perhaps, after all, Cornelia had always known what she wanted—and failed to find it. Perhaps, after all, a social equation in trousers had not been just what Cornelia craved. Perhaps, after all, Cornelia was seeking self-expression. At any rate, she lost no time in finding Gimbel, Brown and company, and was not the least aghast that this was the mighty multi-millionaire Gimbel who needed her services.

“Miss Holton, you say? Cornelia Holton, the daughter of my old friend, Dan Holton? Why bless your heart, have a seat! This is so sudden! When did you enter the business arena, pray?”

Cornelia was not abashed. With her usual straight-forward earnestness, she said, “Yes, I’m Cornelia Holton, and I’m in business to stay. If the arena is full of Bulls and Bears, I’m here to wrestle. What can I do for you, Mr. Gimble?”

With a twinkle in his eye and a queer little smile, he pushed toward her the pile of snowy paper and began to dictate. North, South, East, and West the messages flew, and Cornelia’s fingers flew with them. White, slender, and shapely, they graced the machine as they had the piano, and, when lunch hour came, her face had flushed, and the little brown curls clung to her forehead with a slight moisture of effort. Cornelia was beautiful over her first conquest of the typewriter!

As she rose to go, she blushed, and stammered, “Mr. Gimble, I’ll thank you not to tell my parents of this. They have no knowledge of my business enterprise and would be quite horrified. You know, nothing succeeds like success. I have been a failure long enough.” And she smiled as she left, the old grace of the distasteful ball-room clinging to her in spite of her steady resolve.

“Well, by jove!” exclaimed Mr. Gimble. “By Jove!” he reiterated, “who’d a thought a Holton woman would go into business! Why, that girl’s mother was the greatest belle that this city ever produced. Well, she couldn’t get married, maybe.” So he too, went his way thinking of the little wife that had died years ago and of the great emptiness that had taken her place and that he had tried to fill with money.

Several months flew by. The Holton’s had their shock when Cornelia announced her business success, and were again in the normal path of life. The cat said, “I told you so! I knew she had the element of success in her!” The little dog barked, “Doggone her! I always knew I didn’t wag my tail for nothing.” The blue jay noisily called, “Aw, come on now and let’s finish our dispute. You can build a nest if I can, and you can hatch a family, too, if you try. Aw go awn!” But that was nothing to what the society world said when Cornelia Holton and James G. Gimble walked quietly to the study of the Reverend Devoted Divine and were made one, eve: to the millions and the famous homestead was also a palace of art and aesthetic refinement.*

Mrs. Holton fainted over her coffee-cup when she unfolded the morning paper and beheld the head-lines, side-by-side with, and quite as large as the war news. Mr. Holton chuckled, as he emptied the water-bottle over her most expensive negligee. “I always said Cornelia had something up her sleeve.” “Well, the old girl must have warmed up at last,” added her brother.

The front door opened and in walked the disheveled sisters, screaming, “Mamma, mamma—Cornelia, the old maid—she has out-married us all!”

Itayetzi Zafra Méndez originaria de la Ciudad de Oaxaca. Licenciada en Enseñanza del Inglés por la UNACH (Universidad Autónoma de Chiapas), fue profesora de inglés por alrededor de siete años en Chiapas y Oaxaca. Fue becaria de los programas del British Council y COMEXUS-Fulbright para desempeñarse como asistente de enseñanza de español y representante cultural de México en Londres, Inglaterra (2011-2012), y Virginia, EE.UU. (2014-2015). También laboró como traductora de medios audiovisuales y estudió la Maestría en Lengua, Literatura y Traducción de la UABJO.

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